*Este es un relato ficticio que lo escribí para la Edición Verde de Revista Cosas en el 2012
Han transcurrido 35 años desde que mi madre y yo nos reuníamos a revisar las cosas viejas que ella solía guardar en un colorido baúl de madera. En un rincón de éste aparece un viejo sobre con una fecha, junio, 2013. Mi madre saca de allí una revista de moda que había guardado. Está intacta, guardada aún en lo que parece ser una cubierta de plástico, un material que se solía usar en esos años. La revista tiene una portada bastante particular, una mujer con un fondo completamente natural de un verde de película antigua. Es una edición “verde”, “ecologista”, como se solía llamar a ese movimiento social, que se conoce ahora como el último boom del activismo ambiental ¿Qué habría pasado si las cosas habrían cambiado desde ese entonces? Es una locura, pero no puedo dejar de pensar en las historias de mis padres y comparar con lo que tenemos hoy en día. Siempre dicen que los tiempos pasados fueron mejores, pero ¿será verdad en este caso?
Son las siete de la noche, se me fue el tiempo, mi esposo me espera para ir a la casa. Les doy un beso a mis padres y mientras salgo de su casa corriendo, me llevo la revista de mi madre. Tomo el transporte público hasta la parada de la oficina de mi esposo. Hay un centenar de gentes apiñadas en el bus. El calor es sofocante, estamos a 35 grados, vamos tres meses de sequía y calor y siento que esta estación no se va a terminar nunca. Es absurdo pensar que podemos sobrevivir entre estas dos estaciones de frío y calor extremo. Es demasiado el cambio. Entre el smog y el clima tan severo, el aumento de enfermedades respiratorias crónicas es abrumador.
Mientras el bus espera, me quedo pensando en las historias de mi padre cuando viajaban en bicicleta al trabajo. Me sigo cuestionando, si ese era un sistema más limpio, ¿por qué permitimos que todo llegue al límite de la polución y explotación dejándonos como única alternativa para movilizarnos el transporte público? Yo me he acostumbrado forzosamente, pero realmente me encantaría poder pasar más tiempo afuera. Es frustrante estar entre la casa, el bus y la oficina sin poder salir a tomar, lo que mis padres dicen que era el aire fresco. Con un apretón en mi brazo, me despierta de mis pensamientos mi esposo, me sonríe y sigue conversando con algún cliente a través de su dispositivo Sexto Sentido. Lo veo y vuelvo a quedarme envuelta en mis ideas, recordando la conversación que tuve esta tarde con mi madre.
“No te sorprendas de lo que vas a ver ahora que vayas al Parque Trinacional Amazonía. Es solo un tercio de lo que logramos salvar pero no se compara con lo que existía antes de la destrucción que causaron las mega plantaciones que ahora hay en toda la zona” me decía pausadamente mi madre, mientras le mostraba en un viaje virtual el itinerario de lo que habíamos planificado para nuestras vacaciones anuales con mi esposo. “Habían muchas especies ahí, inclusive era complicado adentrarte en lo más profundo pues podías perderte por lo espeso que era el bosque”. Sus palabras sonaban a fantasía, no podía comprender que allí habría existido algo más de lo que ahora existe, la sola idea de un río de más de 6.600 kilómetros de largo y 6.7 millones de kilómetros cuadrados, es lo más cercano a una película de ficción. ¿Cómo pudieron alguna vez pensar que el agua dulce era inagotable? Yo hubiera querido no tener que limitarme a horarios de suministro de energía y agua por la escasez que vivimos en esta época de sequía. Las generaciones pasadas vivieron gran parte de su vida en un paraíso que ahora ya no existe.
Finalmente llegamos a nuestro barrio. Bajamos del bus y nos enrumbamos a nuestro hogar siguiendo la ola de gente que, entre apretones, busca un espacio en la vereda sellada por la multitud. El espacio es escaso en horas pico pero como todo, ya es parte de nuestra rutina y al final es solo una cuadra. El problema es que no podemos caminar afuera, el aire es muy tóxico y cada día se vuelve más nocivo estar, así sea por pocos minutos, expuestos al smog, más aún durante este primer embarazo mío.
Nos desviamos en la entrada de nuestro edificio, subimos por el ascensor rápido para llegar a prender el purificador antes de que se termine el horario de suministro de energía. Quedan pocos departamentos como el nuestro; logramos conseguir uno de 30 metros hace un par de años. Hoy, ese tamaño es imposible, pues estos se han reducido a 20 metros cuadrados para poder efectivizar espacios en la ciudad. Es un pequeño palacio pero nada comparado con lo que se ve en fotos antiguas, casas inmensas con jardines grandes y piscinas. Eso es impensable hoy en día, sobre todo porque los materiales han subido mucho de precio desde que, hace dos años, entramos en una crisis por falta de petróleo. Aparentemente, hace tiempo ya se decía que el recurso iba a acabarse, pero no creyeron en esa posibilidad. Ahora ese recurso ya no existe, las cosas se han encarecido y muchas fábricas y negocios han tenido que cerrar por no tener en qué trabajar. El reciclaje es ahora una necesidad, lo cual es bueno, pero costó mucho que la gente dejara de consumir tanta cosa innecesaria.
El departamento es cómodo, muy cómodo. Tenemos unos sistemas de ingeniería eólica muy interesantes con dispositivos de regulación que mi padre nos ha ayudado a implementar. Funcionan bastante bien y ahora, el edifico entero está instalando este medio energético para poder integrarse al sistema Estatal de control de reciclaje de aguas, consumo de electricidad y manejo de desperdicios. Todo es parte de las nuevas políticas de ahorro que tuvo que ejecutar el gobierno, debido a la escasez total de petróleo.
Nosotros nos acoplamos bien a estos cambios; sobre todo en cuanto a cosas para la casa, nunca usamos mucho plástico, ni fibras sintéticas. Estábamos muy acostumbrados, por mis padres, a buscar materiales como el vidrio para poder rehusarlos. Entiendo que el tema del asfalto ha sido muy duro para el Estado, pues las vías han tenido que ser reconstruidas por completo, con un material reciclado, para que se pueda acoplar a las altas y bajas temperaturas que experimentamos en el año. Además que ya no hay materia prima y eso ha hecho que la modificación de los sistemas de construcción encarecieran todo lo relacionado con este sector.
He pasado muchos días conversando con mis padres sobre su vida a mi edad, creo que por eso estoy preocupada desde hace un tiempo. Me asusta que Carlota deba nacer ahora, cuando ya no hay mucho que podamos hacer para mejorar la situación.
No comprendo por qué nadie pensó en nosotros cuando decidieron ignorar los problemas que tendría a futuro el planeta. Es terrible saber que ya no podemos cambiar nada y que nuestro futuro y el de nuestros hijos está sentenciado por lo que no hicieron las generaciones anteriores. Supongo que era imposible imaginar un futuro como el nuestro.
Hoy no podemos darnos el lujo de pensar si debemos reciclar o no, si debemos cuidar el agua o no, pues quien no ahorra, recicla y cambia sus hábitos sencillamente no sobrevive en el planeta actual. Quizás la clave no era ésa. Quizás simplemente debieron pensar en su presente, un presente que necesitaba acciones concretas, que aún estaban en sus manos.
Mi cabeza sueña mucho despierta desde que espero la llegada de Carlota, al final del día, yo tampoco sé qué planeta le dejo a mi hija. Ella me lo dirá cuando cumpla 35.
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